miércoles, 19 de agosto de 2015

CHÚPALE PICHÓN



En agosto de 1954 mis papás nos llevaron a Parras de la fuente, pues querían estar en la feria de la uva.

Esta anécdota que les cuento le sucedió a mi hermano Antonio que en ese año tenía ocho años de edad. Mis otros hermanos: Ana, Patricia, Sergio y Humberto estaban mas chicos y quizás no se acuerden pero si lo habrán escuchado.

Recuerdo mucho esa linda ciudad, pues fue ahí donde nació mi Madre. Aunque a muy pequeña edad salieron de Parras, ella no recordaba la ciudad, pero si sabía que mi abuelo Fidel tuvo ahí una tienda y que en Parras estaba la casa Madero, productora de buenos vinos mexicanos. También recordaba que en la ciudad hay muchas huertas con grandes nogaleras.

En esta ciudad mi Madre fue bautizada por un señor apellidado Richardson, y mi Madre lo quiso saludar y preguntando por él, llegamos a su casa.

Comimos con su familia y antes de retirarnos, el padrino de mamá nos invito a sus bodegas, pues él también era productor de vinos, aunque un poco más rústicos que los de la Casa Madero.

La bodega de él se encontraba a unos veinte kilómetros de Paila hacia Saltillo, como nuestra intención era ir a Monterrey a visitar a los parientes de mi Madre, pues fuimos detrás del pick up del padrino para llegar a las bodegas Richardson.

Al llegar a este lugar, el padrino de mi madre le enseño a mi padre, como fabricaba su vino.
Entramos a una bodega grande, donde había dos hileras de pilas separadas por un pasillo en medio. El señor Richardson me pidió que subiera a una de las pilas para bajar unos pocillos para darle a probar a mi padre el vino que tenía en unas barricas, para subir a la pila usé una escalera pequeña recargada en la pila. Tome los pocillos, y para no bajar por la escalera, cruce hacia las pilas de enfrente por un tablón. Me percaté que la primera pila donde tome los pocillos, estaba descubierta, en cambio las de enfrente estaba tapadas.

Nunca me fije que mi hermano Toño me siguió por la escalera parada sobre las primeras pilas. Yo crucé hacia las pilas tapadas porque ahí había una escalera tendida con escalones de tabla y no de barrote como la primera.

En eso escuche que alguien había caído dentro de la pila destapada. Mi madre grito -“Pancho”- y yo le contesté –“Mande”- y en eso vimos que mi hermano sacaba sus manos del vino en fermentación de la pila destapada.

Mi padre subió de inmediato y lo sacó del vino, cruzó por el tablón adonde estaba yo y lo bajó con mucho cuidado por la escalera tendida.

De inmediato le quitaron la ropa y los zapatos para lavarlo con agua. La esposa del señor Richardson corrió por alcohol, y mi madre le gritó: -“No, más alcohol no”-

Lo único que dijo Toño fue: -“Ya vámonos y no volvamos a venir aquí”-

Es por eso, que a esta anécdota le llamo: “CHÚPALE PICHÓN”

lunes, 3 de agosto de 2015

LAS POSADAS DE MI PUEBLO

Que lindo es recordar, cuando yo tenía unos trece o catorce años, allá en Lerdo se organizaban las Posadas, gracias a la iniciativa de Don Vicente Verdugo, él, era el secretario del Ayuntamiento. Desde septiembre recorría las casas para preguntar, quien se apuntaba para una de las posadas.

Estas comenzaban el 16 de diciembre, saliendo de la Parroquia a las seis de la tarde. Un carpintero fabricó una especie de mesa, con un triplay grueso, de esos que se usan para los colados de los techos, cuatro patas, una en cada esquina del triplay, y las agarraderas en cada esquina. En esta mesa se colocaban las imágenes de la Virgen María y el señor San José en barro.

Siempre recorríamos de dos a tres cuadras llevando a los peregrinos, cantando para llegar a la primera casa y pedir posada.

En esta casa, ya estaban reunidos los que no quería darle posadas.

Al llegar a la casa, empezábamos: “Eeeen el nombre del cieeeelo, ooos pido posada…”




Y de adentro nos contestaban: “Noooo puedo abrir, sigan adelanteeee…..”

Y así, hasta que los de la casa abrían la puerta y todos decíamos: “Entren Santos peeeregrinos, peeeregrinos, reciban este rincón….”



Ya instalados en la casa, procedíamos a rezar el Rosario.

Luego se organizaban los juegos, mientras se preparaban para colgar la piñata.



Luego venía la cena, en unas casas nos daban tamales con champurrado, en otras churros con chocolate y en otras buñuelos con café.

Luego nos repartían refrescos, a los señores les daban ponche de futas, el cual lo adornaban con un piquetito de ron o brandy.

Ya, como a las diez u once de la noche nos despedíamos, para regresar al día siguiente a las seis de la tarde y sacar a los peregrinos y continuar a la siguiente casa.

La última posada, se llevaba a cabo en el atrio de la Parroquia, donde llegábamos el 24, habiendo salido de la última casa, ahí nos esperaba el párroco, entrabamos con los peregrinos hasta el altar, luego venía la misa, aquí ya no había piñata. Acabando la misa, regresábamos a casa cada quien para la cena Navideña y esperar al Niño Dios, para que nos dejara los regalos al pie de cada nacimiento.