martes, 16 de junio de 2015

NO ME EMBORRACHEN A LA POLICÍA

A principios de 1963, mi padre y yo habíamos regresado a la ciudad de México después de haber elaborado el plano regulador de la ciudad de Yuriria Guanajuato.




Este plano, fue un levantamiento topográfico de esta ciudad por petición que el gobernador del estado le hizo al despacho de los Bustamante de la capital.

Como yo estaba estudiando arquitectura, acompañe a mi padre a este levantamiento, nos acompaño un ingeniero agrónomo apellidado Bea.

En ese tiempo que duramos en Yuriria haciendo este trabajo, el inge Bea y yo nos pusimos de novios de dos chicas del pueblo, a la novia de Bea le decían la Monina, y a la mía, la Chata.

Después de regresar a México, empezamos Bea y yo a hacer viajes de fin de semana para ver a las novias.

Como yo toco el acordeón desde muy joven, siempre llegábamos los viernes en la noche con el instrumento para llevarles serenata a las dos.



Uno de esos viernes, al llegar nos dirigimos a la única cantina del pueblo para esperar la hora de las serenatas. El dueño de la cantina era el jefe de la policía del pueblo. Al llegar nos invitaba una cerveza para agarrar valor, y él también nos pedía que le lleváramos serenata a una chica que el pretendía, a pesar de que era casado.

Mientras tomábamos valor los tres, un guitarrista afinaba su guitarra con el acordeón y así completábamos la música, serenata para tres chicas, con acordeón y guitarra.

En esos días además del jefe de la policía, el pueblo tenía dos miembros más para cuidar el orden, más el vigilante de la cárcel.

Mientras llegaba la hora de las serenatas, los dos policías se reportaban con su jefe en la cantina, entonces nuestro amigo, les pedía que nos acompañaran para cuidarnos, a la hora de la cantada.

Así es que imagínense, que lindo cuadro, caminando por las calles de Yuriria, al frente, el comandante, el inge Bea y yo, detrás el guitarrista y cerrando filas, los dos policías.

La bronca se nos presentó al día siguiente, el sábado cuando después de levantarnos, al estar desayunando en la casa de doña Mary Pizano, que era la que nos daba posada, llegó el Presidente Municipal, y lo primero que nos dijo:

-“Muchachos, yo les di permiso para que llevaran todas las serenatas que se le ofreciera, pero lo único que les pido es: NO ME EMBORRACHEN A LA POLICÍA”-