Andan tan revueltas las cosas en nuestro país que en esta
ocasión le platicaré algo sencillo y de alguna forma cómico: cómo y porqué fue
la fundación de Gómez Palacio Durango, ciudad vecina de Torreón y hoy
conurbada, junto con Lerdo, también del estado de Durango. La primera fundada
de las tres fue Lerdo, a orillas del río Nazas y sigue siendo una población
risueña, bonita, fresca, muy arbolada y tranquila. Yo ahí viví mis buenos años
de la niñez y primeros de la adolescencia. Pues bien, el nombre de Lerdo
obedece a Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de la República a la muerte de
Juárez, de 1872 a 1876; por lo tanto por esos años se le cambió el nombre de
San Fernando a esa Villa. Así nace Lerdo, al que por cierto todavía se le conoce
como “el pueblo de los dormidos”, a pesar de tantos años transcurridos en que
se ganaron este apodo. Pero vayamos al relato.
Para 1850 y 60 esa era la única población, muy pequeña por
cierto, de lo que ahora llamamos región Lagunera. A inicios de los 60s del
siglo XIX llega por ahí, directo de Ahedo, España, mi tatarabuelo de nombre
Santiago Lavín Cuadra; venía a “hacer la América” y de inmediato empezó, sobre
todo comprando terrenos, muchos terrenos, que eran muy baratos ya que eran en
buena parte desérticos como el Bolsón de Mapimí y además había muy poca gente.
En pocos años este Lavín Cuadra ya era dueño de un muy extenso territorio que
él mismo le puso por nombre Perímetro Lavín. Se convirtió así en cacique y
terrateniente.
Pero como a cada rato se metía en broncas, básicamente por el
agua del río, contrató a uno de los mejores abogados de Durango, Francisco
Gómez Palacio, a quien al poco tiempo lo hizo compadre. Este Gómez Palacio
salió muy bueno para arreglar conflictos de límites; compuso los de Coahuila y
Durango; incluso los de México-Norteamérica, por instrucciones de Benito Juárez
y por supuesto los de Lavín Cuadra en las márgenes del río Nazas. Todo ello le
valió ser designado magistrado de la Suprema Corte de Justicia y más adelante,
por dos ocasiones, la gubernatura de Durango, la última de 1880 a 1883, que es
cuando ocurre esta historia.
Ambos compadres ya eran muy amigos por esos años y se
visitaban uno al otro. Gómez Palacio tomaba su carruaje y en unos días recorría
los cientos de kilómetros que separan a Durango, Dgo. de Lerdo y el rancho Noé,
que es donde le gustaba vivir a Santiago Lavín, aunque tenía casa en Lerdo. Y
viceversa, ya que también se juntaban en Durango, sobre todo porque los dos
eran muy aficionados al sotol, una especie de mezcal norteño y del aguardiente
de uva, que ya fabricaba Lavín aprovechando unos viñedos que sembró en alguno
de sus ranchos. Aquellos eran buenos y alegres días. Pero en una ocasión llegó
a Lerdo, muy contento, el gobernador y traía unos grandes planos en sus manos,
por lo que los compadres empezaron a platicar.
-
“Viene muy contento, compadre, ¿a qué se debe?
-
“A que le traigo muy buenas noticias, compadre; así que me
gané un sotolito”
-
“Ese con todo gusto nos lo echamos; pero a ver, cuénteme”.
-
“Pues nada, compadre, que pronto el tren va a pasar por aquí,
ya me lo dijo don Porfirio y usted va a salir muy beneficiado por tanto algodón
que produce y ahora lo podrá mover en tren. La estación va a quedar aquí en
Lerdo; a dos cuadras de su casa pa’que no le batalle”.
-
“Ah no, compadre; eso sí que no, respondió mi tatarabuelo, a
mi el tren no me va a despertar; mejor vamos a echarlo pa’donde estaba el
Torreón (se refería a un Torreón que se construyó en 1850, almenado en su
corona para defenderse de ataques de indios yaquis e incluso sioux; ese torreón
se derrumbó en 1868 por una fuerte avenida del Nazas, pero le dio el nombre a
la actual ciudad). Usted compadre, convénzame a don Porfirio para que cambie
los planos”.
-
No creo que pueda, compadre; ese cambio costaría un buen
dinero de más, ya que hay que hacer dos puentes y extender mucho las vías y
usted conoce muy bien a don Porfirio y sabe lo tacaño que es”.
-
“Usted no se apure de los gastos, compadre; de eso me encargo
yo, nada más convenza a don Porfirio y de paso le hago un regalo a usted,
compadre”.
-
“¿De que regalito hablamos, compadre?”, preguntó Gómez
Palacio.
-
“De una ciudad, contestó don Santiago y señalando los planos
que estaban extendidos, le dijo: mire, estos terrenos de este lado del río son míos;
se los regalo al estado de Durango para que se funde ahí otra ciudad y que
Lerdo se quede tranquilo”.
-
Gómez Palacio se interesó y observando más detenidamente los
planos, preguntó: “Me parece bien, compadre; es un terreno plano beneficiado
por el río. ¿Pero que nombre le pondríamos?”.
-
“Pues el de usted, compadre, contestó Santiago Lavín; que se
llame Gómez Palacio, Durango”.
Y así quedó. El ferrocarril se fue a un Torreón que aún no
existía, cruzando las vías por dos veces el río Nazas; Gómez Palacio se trazó,
se documentó y sus primeras calles llevaron nombres de ciudades españolas,
capricho de don Santiago, que a su muerte, en 1894, se cambiaron y todo quedó
en paz. Torreón, como ciudad, se constituyó hasta el 15 de septiembre de
1907.Pero a partir de aquel 1883, fecha en que ocurrió todo esto, a los de
Lerdo se les empezó a conocer como “los dormidos de Lerdo”. Y créame, todavía
se les sigue llamando así. Originalmente, divertido lector, iba a escribir
sobre la balacera afueras del estadio de fut bol en Torreón, pero con lo de
Monterrey eso se quedaba muy chiquito, y no me quedó más remedio que buscar un
tema ligerito, que nos libere de tantos problemas que como país tenemos. Y que
mejor que una historia mezclada con sotol.
Por cierto, esta historia
me la contó don Melchor Sáenz, hermano de la tía Angelita, casada con Benjamín
Lavín y nieto de Santiago Lavín Cuadra. Tal vez contenga exageraciones; ya ve
como son los norteños de cuenteros. Lo cierto es que historiadores locales si
reconocen que los terrenos donde se levanta actualmente Gómez, fueron donados
por don Santiago Lavín y otra parte por su hijo, mi bisabuelo, don Gilberto
Lavín Veloz. Como todavía también se reconoce que fueron tres factores los que
acabaron con los Lavín. Villa acabó con su oro, de tantas haciendas de ellos
que asaltó; Cárdenas, en 1936, con el reparto agrario de La Laguna, acabó con
su tierra y…el sotol acabó con sus hombres.