Hoy
les hablaré de Raymundo, un remanso del río Nazas, antes de llegar a Lerdo,
Dgo. Donde ese enorme río, donde yo aprendí a esquiar, por cierto y por su
tamaño, una lancha de un tío mío, Benjamín Lavín Sáenz, La Tecate la
llamábamos así por haber sido construida con lamina tan delgada que parecía de los
botes vacíos de esa cerveza, la cual navegaba con donaire por el Nazas. Pero un
día mi tío se tomó dos que tres antes de tripular la Tecate y en un rato de
navegación me tiró de la lancha; lo tiró a él y la lanchita siguió, navegando
por el Nazas hasta llegar a la orilla donde se estrelló contra dos árboles
llamados sabinos y ahí terminó esa lancha, fabricada con esa lámina que parecía
de botes de cerveza vacía.
Pues
bien, en aquel Raymundo yo aprendí a esquiar sobre agua; sobre nieve jamás lo
he intentado y a esta altura de mi vida ya no lo haré. Pero recuerdo con mucha
nostalgia, que es lo único que ya nos queda, aquellos días juveniles en que me
arriesgaba sobre dos esquíes en el Nazas. El tiempo pasa, incluyéndonos, y aquí
seguimos. La memoria, los recuerdos, las vivencias siguen persiguiéndonos; pero
aquí estamos, ya no tenemos lugares a donde ir. Pero “Nazas” significa una
especie de red donde se atrapaban a los peces de ese río, bagres generalmente,
que se embolsaban es redes llamadas precisamente Nazas. Su nombre se me quedó
en la memoria y en el cariño.
El
tiempo ya pasó; al Nazas antes de llegar a Torreón, lo meten por un tajo, como
le llaman allá a los canales de riego, muy anchos y ese tajo es el Tajo Lavín;
grande y caudaloso, el cual conozco y en sus riberas jugué durante mucho tiempo.
Ya estoy lejos de él y a estas alturas de mi vida no se cómo sigue. Pero eso es
parte de mi pasado, un pasado que todos tenemos. El Nazas, un río donde yo
aprendí a esquiar; y seguramente ya no esquiaré.