sábado, 18 de octubre de 2014

NO ME DEJEN, NO ME DEJEN



¿Cómo no recordar aquellos gritos?

Mi señora madre y mi tía Bora, cada semana se aventaban con los hijos, nosotros éramos seis y los hijos de mi tía Bora eran diez.

Imagínense, dieciséis escuincles durmiendo cada fin de semana, una vez en el rancho El Vergel, y a la semana siguiente en la huerta de Lerdo.

Las dos parejas: mi tío Benjamin Lavín y su esposa Aurora Garza, y mis padres Francisco y Angélica, siempre salían los fines de semana, que cuando no a bailar, o al cine, o simplemente a cenar, y nosotros a pasar la noche de cada sábado al Vergel o a Lerdo.

Pues bien, un sábado en la mañana, íbamos todos del rancho a la huerta, mi tía Bora manejando su camioneta wayín, mi Señora Madre a su lado y los dieciséis peques atrás. 

Yo era el mayor.

Al salir de Gómez Palacio y poner rumbo a ciudad Lerdo, dejando la avenida Agustín Castro y tomar el boulevard Miguel Alemán, mi tía dio una vuelta bombera, en eso se abrió la puerta trasera izquierda, y sopas, una niña que se cae al pavimento. Todos gritamos: 

-“Se cayó, se cayó”-

Mi madre grito: -“¿Quién se cayó?”-

Mi tía Bora frenó su camioneta y le dijo:

-“No te preocupes, ya la veo por el retrovisor, es tu hija Ana María”-

Todos volteamos hacia atrás, y vimos a mi hermana corriendo tras de nosotros y gritaba:

-“No me dejen, no me dejen”-

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