domingo, 4 de mayo de 2008

EL BAUL MISTERIOSO


¿Qué tenía aquel misterioso, viejo, grande y feo baúl que se quedó en el mesón del Manglito?

Los habitantes de ese barrio de La paz y que vivían allá a principios del siglo pasado, cuentan que en un terreno de la playa del manglito existió un pequeño mesón, propiedad de doña Cuca Martínez, abuela de un pescador muy conocido en años recientes llamado Cipriano. A dicho mesón llegaban los arrieros que viajaban de La Paz a los minerales del Triunfo y San Antonio, llevando artículos de primera necesidad para las gentes de aquellos lugares y traían de regreso los minerales procesados en las minas.

Uno de estos arrieros llamado Juan Pablo Cruz, ya tenía más de diez años haciendo los viajes de ida y vuelta entre los pueblos mineros y la capital del estado, era dueño de una recua de cuatro mulas y dos burros con los que efectuaba su trabajo de carga.

Un día los vecinos del mesón vieron llegar muy de mañana a Juan Pablo quien además de traer los bultos acostumbrados traía un gran baúl muy grande y viejo, que estaba cerrado con un viejo candado todo oxidado.

El cuarto donde se hospedaba el arriero cada vez que llegaba al barrio quedaba al fondo del terreno del mesón. Descargo a las cuatro mulas de los bultos con el mineral y bajó el gran baúl, metiéndolo en la habitación.

No faltó algún vecino curioso, que cuando Juan Pablo salía hacia el Triunfo se asomó por una ventana para ver el baúl, y vio que de él salía una pequeña mujer que a veces vestía de blanco y otras veces el vestido era negro.

Llegó el día en que el arriero no regresó y doña Cuca para evitar problemas mandó tapiar la puerta de la habitación del fondo de su mesón, con unas tablas clavadas al marco de la puerta. Pasó el tiempo, varios años y el arriero ya no regresó, por lo que la dueña del mesón, después de varios años decidió rentar el cuarto. En eso llegó procedente de Guaymas Sonora, un pescador que venía con todo y panga, y pidió permiso para quedarse a pescar en el barrio del Manglito, este pescador se parecía mucho a Juan Pablo el arriero, quien lo recordaba podría jurar que eran hermanos gemelos.
El panguero desclavó las tablas que cerraban el cuarto del fondo, y al entrar no vio ninguno de los muebles que le dijo doña Cuca que tenía dicha habitación, solo había un gran baúl en el centro de la habitación con un gran candado todo oxidado. Con las tablas con las que estaba cerrada la puerta, el pescador fabricó una cama, una mesa y una silla. Puso el baúl en un rincón de la habitación y ya por la noche se costó a dormir. El panguero siempre usaba una mascada blanca alrededor de su cuello.

Ya por la noche, cuando su sueño era muy profundo, de repente se despertó porque estaba sufriendo un asalto, solo alcanzó a ver a un gran bulto oscuro del cual salían dos manos que apretaban con fuerza las puntas de la mascada. Luchó de manera desesperada y por fin aflojó la mascada que le ahorcaban el cuello. Se levantó como pudo y sacó al patio el viejo baúl.

Muy de madrugada salió al patio, tomo el baúl y lo subió a su panga, encendió el motor fuera de borda, y se encaminó a medio canal entre el malecón y el mogote. Aventó el baúl al mar y regresó a la playa. Dejó varada su panga en la arena, y se encaminó al Templo de Nuestra Señora de Guadalupe, entrando a rezar un rosario.

Este panguero también desapareció como el arriero y de el baúl ya nadie supo más.

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