miércoles, 28 de noviembre de 2007

EL CAZADOR ATEO


Un cazador iba caminando por la ribera del río Congo en plena selva, con intenciones de cazar a un gran león melena negra. Conforme caminaba iba admirando todo aquel accidente de la evolución. Admiraba la espesura de la selva, la corriente del río, que hermosas aves y cuantos monos de diferentes tipos brincaban de árbol en árbol. Que delicioso aire respiraba y por ser ateo el se sentía ser el último eslabón de la evolución.

De repente escuchó un ruido detrás de él que salía de unos arbustos. Volteó para mirar y a unos pasos de él vio a un enorme león que caminaba agazapado hacia él.

Fue tal su susto que de inmediato empezó a correr lo más rápido que pudo, mirando hacia atrás por encima de su hombro vio que el león estaba a punto de saltar sobre él. Su miedo era tal que de sus ojos brotaban enormes lágrimas, de repente no miró una gran rama que estaba atravesada por donde él llevaba su loca carrera. Tropezó y cayó de bruces al suelo, intentó levantarse cuando sintió el peso del león encima de su cuerpo, ya la garra de su mano derecha arrancaba la tela de su camisa mientras la otra garra se aferraba del cinturón del pantalón. Sintió el fétido aliento en su nuca y el ateo gritó: “OH, DIOS MÍO”

Entonces el tiempo se paró, la selva se sumergió en un gran silencio, ya no escucho el chillido de los monos ni el canto de las aves. Hasta el río dejó de correr, un gran silencio sepulcral reinó por un momento.

En eso una gran luz blanca brillo frente a él y escuchó una fuerte voz que dijo: “TU NEGASTE MI EXISTENCIA DURANTE TODOS LOA AÑOS QUE HAS VIVIDO, ENSEÑASTE A AOTROS QUE YO NO EXISTÍA Y REDUJISTE MI CREACIÓN A UN ACCIDENTE CÓSMICO” “¿ESPERAS QUE YO TE AYUDE A SALIR DE ESTE APURO TUYO? ¿DEBO ESPERAR A QUE TENGAS FE EN MÍ?

El ateo miró directamente a la luz y le dijo: “Sería de hecho muy hipócrita de mi parte decir que me trates como a un cristiano, pero al león si lo podrías convertir en un león cristiano”

“MUY BIEN DIJO LA VOZ” la luz desapareció, el río volvió a correr y los sonidos de la selva retornaron. Entonces el ateo sintió que el león recogió sus garras, bajo su cabeza y lo escuchó decir: “SEÑOR, BENDICE ESTE ALIMENTO QUE VOY A COMER, AMÉN”

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