sábado, 3 de noviembre de 2007

LAS MANZANAS DE ERNESTINA


Francisco Trujillo terminó de almorzar de mal humor por no haber dado todavía con la manera de rematar un artículo para el periódico en que desde hacía quince años colaboraba. El asunto era acerca de la reciente visita que el presidente hizo a su ciudad donde Francisco y Ernestina vivían sin hijos. Siempre se la pasaban reprochándose sus mutuos defectos. Ernestina le reprochaba a Francisco el que se pasaba todo el día en la computadora escribiendo sus artículos. Él a ella por ser un vegetal más, entre las hierbas que mantenía en su casa.

La tarde anterior Ernestina había traído del supermercado unas manzanas que Francisco, rabioso por no poder decir lo que pensaba del presidente, se las comió. Erán tres y estaban ácidas. Pero Ernestina sabía que sus manzanas eran las mejores, con una dulzura y un jugo bastante buenos. Francisco, que seguía intentando un desenlace para su nota, no quiso abandonar la computadora ni siquiera cuando su mujer le lanzó algunos epítetos: Idiota, cretino, poetastro, animal, bueno para nada. Su esposo no opuso la menor resistencia porque la escritura era superior al pleito.

Se mantuvo pacífico hasta que se puso a imprimir lo que había escrito. Volteó y vió a su esposa verde como un aguacate, con un macjete en la mano a punto de asestarle el primer golpe. Entonces reaccionó y del cajón de su escritorio sacó una pistola, su esposa ya le había dado dos tajos con el machete en pleno vientre, cuando levantó la pistola y le soltó un disparo que le dio a su esposa en medio de los ojos.

La gente cuenta que fue en una Kermés donde Francisco y Ernestina se conocieron, que al mes se casaron y que vivieron veinte años durmiendo juntos, comiendo juntos y en un eterno pleito y nunca imaginaron que los dos iban a terminar desangrándose en dos charco de sangre. Uno de tinta y el otro de savia.

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