jueves, 14 de junio de 2007

CRISIS DE VALORES EN EL OLVIDO DEL CORAZÓN


Estoy reflexionando con algo que tiene que ver con el pasado y el presente. Aunque el pasado haya sido pródigo, el presente y el futuro son aún inciertos. Nadie sabe si girará hacia algo peor o hacia algo mejor. La existencia presente permite siempre sentir lo que nos falta para la felicidad y perfección.

El hombre, desde luego, tiene la esperanza de un futuro mejor, pero al mismo tiempo, teme lo incierto: la enfermedad, los inconvenientes serios, la angustia, el dolor, las frustraciones, la ruptura de los afectos, las pérdidas, todo anticipo de muerte. Pero nosotros hoy yo hablaré de un tema muy peculiar, de gran actualidad, como es el que he dado en llamar "CRISIS DE VALORES EN EL OLVIDO DEL CORAZÓN”

Crisis es hoy una palabra de uso cotidiano. Es raro el día que no la decimos o escuchamos y no falta quien la ve como una oportunidad.

Pero crisis significa etimológicamente "separar", "discernir"; y va unida siempre a la urgencia de tener que tomar una decisión. Decisión a menudo dolorosa, porque implica ejercer un mandato de libertad y, por lo tanto, de responsabilidad. Hoy vivimos la "crisis de las esencias": y me refiere a la crisis de las ideas que hasta ahora formaban el lazo entre las civilizaciones.

Hoy no hay crisis solitarias, todas se comunican entre si, se reabastecen recíprocamente para lo mejor o para lo peor. Y esta es una de las razones de la angustia profunda, que ocupa el inconsciente de los hombres, pues todo hombre digno es intransigente sobre lo esencial.

Ese hombre piensa con las categorías, idioma, circunstancia del momento que vive, de acuerdo con la programación recibida de su cultura, que le transmite los valores de su comunidad. Sabemos que la causa formal de la sociedad es el vínculo moral de quienes la componen, su intención de buscar juntos el Bien Común.

Cuando este vínculo moral deja de existir por el egoísmo e individualismo, acentuado en una búsqueda desenfrenada de si mismo por encima de todo, la sociedad entra en crisis y en riesgo de disolución. Se genera un estado de violencia, verdadera regresión humana, que abandona la racionalidad natural para conducirse con rasgos de animalidad, propios de una infracultura.

Este "desorden social" conlleva la violación de los derechos esenciales de la persona, el desprecio de la vida, propia y ajena, puesto de manifiesto en formas innumerables: desde la industria del secuestro y la apropiación de los bienes ajenos a través del hurto, del robo, hasta asimismo como una indebida carga social de impuestos claramente injustos.

Es también consecuencia de una sociedad en crisis la desenfrenada búsqueda del tener, que somete al ser humano a un consumismo de lo superfluo y aún de lo perjudicial, materializando valor y virtud cual si fueran nuevas mercancías de la oferta y la demanda.

"Valor" traduce el término clásico de "bien" o "bondad"; es por lo tanto equivalente a la dignidad; es algo que vale de por sí y que merece ser visto, admirado, poseído, y que no nos permite estar ausentes al presente.

El primer valor es el don inestimable de la vida, valor sagrado y hoy cuestionado al mismo tiempo. A este le sigue el amor, lo único capaz de llenar el corazón del hombre -aún el amor no correspondido- porque aunque se mezclen motivos de amargura quien ama mucho es siempre feliz.

Otros valores, podríamos llamarlos tesoros, como familia, verdad, justicia, patria, religión, libertad, honor, fidelidad y algunos más, no son hoy enseñados ni mucho menos promovidos. Al contrario, muchas veces se los ridiculiza y son objeto de burla y de escarnio.

Pero son éstos los que movilizan, porque estamos presentes sólo a aquello que nos comunica su valor y su sentido profundo.

Los valores son absolutos, en el sentido de que no son relativos a algo. Y cuando están en contacto con la realidad, hablan, sacuden, atraen, rompen la indiferencia, mueven a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar con decisión los peligros que puedan presentarse. Es el caso de los héroes y de los mártires. Pensemos en el valor más importante, como es el de la vida.

El sentido y los valores se encuentran unidos en la realidad y mueven la voluntad para producir la energía que se necesita para la acción.

"Nada es mas útil al hombre en este mundo, que la amistad" pero la amistad se alcanza únicamente cuando se olvida la utilidad.

El empobrecimiento vivencial y la indiferencia que se observan hoy, sobre todo en una franja de personas aún jóvenes, responde a una pérdida de valores no utilitarios. Ya que cuando el dinero es el primer valor la chatura es inevitable.

Aburrimiento, abulia, la falta de ideales, de heroísmo, de ejemplos de calidad, son todos consecuencia de una civilización incapaz de descubrir el sentido de lo trascendente.

Ciertamente el deber supremo del hombre es buscar la verdad, aquella que negaban los sofistas, verdad que está envuelta en belleza y en fuerza. Resplandece y es más que poderosa. Se hace valer aunque se la quiera sofocar y el hombre no tiene dominio sobre ella. Es exigente y profunda y por eso obliga y compromete. No debe ser impuesta, sino expuesta, mostrada, descubierta. Y se la descubre mirándola, viéndola no razonando.

Mientras no hay verdad, no hay paz en el alma; en cambio, quien está en ella adquiere una seguridad enorme, porque hay en el hombre voluntad natural de verdad y de unidad, de coherencia, de continuidad y de lógica. Hablar de verdad en la cultura contemporánea, en un ambiente enrarecido por el nihilismo, constituye una provocación.

Pero las grandes cuestiones de la existencia: Dios, el sentido de la vida, la muerte, la justicia, lo exigen y deben buscarse porque son las que realmente importan. Y así como la verdad exige inmutabilidad, la vida, exige variedad, cambio, adaptación. Por eso decimos que una doctrina es "verdadera" cuando une variedad y crecimiento, que son signos de existencia, con la constancia y la identidad, que son los caracteres de la esencia. "NO DEJEMOS QUE NUESTROS VALORES, HAGAN CRISIS EN NUESTRO CORAZÓN"

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