viernes, 22 de junio de 2007

CUANDO NORBERTO HAHNEL SE DEDICÓ A LA MINERÍA


Allá por 1937, acababa de terminar un viaje de visita, a todos los yacimientos de minerales que había a lo largo del Pacífico, iba yo caminando por las calles de México, para ver si podía obtener un empleo. En eso me encontré con un amigo que me enseñó una muestra de antimonio, no más grande que la uña de mi dedo, y me indicó que de ese metal hay mucho en Michoacán. Me proporcionó cien pesos y me insistió que saliera hacia ese estado, donde encontraría ese metal y me haría muy rico, el sería mi socio. Días después salí en tren a Los Reyes, Mich. a buscar la dirección de un contacto que me dió. Era un carnicero, muy aficionado a la minería y se prestó de muy buena gana para ir conmigo hacia Apatzingán. El carnicero compartió conmigo su provisión: Cecina, tortillas y frijoles que cada quién guardaba en la silla de los caballos. El amigo llevaba una descomunal pistola, tipo siglo XIX. Yo no llevaba arma. Era un día lluvioso y cada quién se cubría con su manga de hule, pero al rato no se aguantaba el calor y mejor nos mojamos con esa llovizna que se llama Chipi-Chipi. El camino antiguo, del tiempo de los españoles se ponía lodoso, y como tenía bastantes piedras grandes, las patas de los caballos se hundían en el lodo entre las piedras, de manera que avanzamos con mucho trabajo. El viaje fue agotador, porque muchas veces nos tuvimos que apeár de las bestias, pués luchaban mucho para sacar las patas del lodo pedregoso. Asi es que la mayor parte la hicimos a pie. En fin, llegamos a una ranchería con el pomposo nombre de Nueva Italia. Entramos a un hacinamiento llamado "Mercado" y nos sentamos en cajones vacíos, teniendo como mesa otro cajón. Como bienvenida se sentó frente a nosotros un borracho, quién sacó una pistola 45 y la puso sobre la mesa-cajón. Mi compañero hurgó nervioso en su morral y sacó su pistolón y lo colocó sobre la mesa. El borracho extendió la mano hacia su arma. En ese momento apareció por atrás del beódo y con palabras altisonantes, distrajó al borracho, le quitó el arma, le dio de cachetadas y lo empujó calle abajo, entonces pudimos saborear el cocido que nos sirvió la mujer. Por fin llegamos a Apatzingán, ahí dormí por primera vez en un verdadero mesón, el cual era una casa muy antigua que rodeaba a un patio empedrado, donde había muchos petates, uno junto al otro, que eran los cuartos para los arrieros, así es que a la noche me tendí a dormir a gusto y no faltaron los rebuznos de los burros y los relinchos de los caballos. Lo más agradable fue el desayuno el cual se servía en una mesa larga que ocupábamos los huéspedes. Aquí dejé a mi compañero y seguí mi viaje sólo a caballo hacia Uruapán. En el camino me encontré sobre la superficie de la tierra, las señas inequívocas de una gran veta de minerales: plata, cobre, manganeso, etc. Llegando a Uruapán me trasladé de inmediato a la agencia minera oficial para denunciar y apuntar a mi favor, ese prospecto minero. El agente miró el mapa y me dijo: -Es reserva Nacional. Pero le mostré que la veta encontrada no pertenecía a los deslindes de la reserva nacional. Entonces el agente tomó un lápiz y marcó en el mapa una extensión de los límites de la reserva y me dijo: -Ahora si es reserva Nacional. Con sorpresa miré lo que hizo y a lo mejor, otro tomó después en propiedad la veta y por mi parte ya no tenía nada que averiguar. Cuatro días de viaje a caballo, curtido por la lluvia, tostado por el sol y ablandado por la silla de montar y aun sin haber logrado nada, tomé el tren para Morelia capital del estado. (luego continuaré con este relato)

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