martes, 12 de junio de 2007

EL LEGADO


Estaba en su lecho Don Heliodoro Pérez acercándose a la muerte, él la veía llegar sin temor pero también arrepentido de sus culpas; confiaba en la misericordia de Aquel, que murió por todas las faltas que hacemos los hombres. Solo una inquietud lo acuciaba, algunas noches, en las que el insomnio fatiga a los viejos. Sus pensamientos le quitaban el sueño pues temía que faltando él, sus dos hijos y únicos herederos, iniciarían una serie de discusiones, pleitos judiciales, acerbas pugnas por las propiedades de Don Heliodoro. Ciertas noches soñaba con todo lo vivido desde que siendo muy joven llegó a María Auxiliadora desde la región Lagunera para colonizar el valle de Santo Domingo, allá por los cincuentas del siglo pasado.

A través de los años, y por su propio esfuerzo, Don Heliodoro se volvió uno de los más prósperos rancheros de Comondú; pero no ignoraba que las batallas más reñidas por dinero las traban siempre los ricos.

Ciertos amarguísimos recuerdos, de lo que le pasó en su juventud en la región Lagunera antes de emigrar a la Baja California contribuían a acrecentar sus preocupaciones. Acordábase de haber pleiteado largo tiempo con su hermano mayor, por un triste jacal que sus padres les dejaron en San Pedro de las Colonias Coahuila; pleito intrincado, encarnizado, interminable que empezó entibiando el cariño fraternal y terminó por ser un odio sangriento hasta el punto de desear a su hermano toda especie de males, de haber injuriado y difamado, y asta ¡Tremenda memoria! De haberlo esperado unas noches atrás de la casa con objeto de retarle a una espantosa lucha. Ese era el peso que por muchos años soportaba su conciencia. Solo con la intención fratricida, temblaba al imaginar que sus hijos a los que tanto amaba, llegasen a detestarse por alguna hectáreas de siembra, por algunos cientos de cabezas de ganado vacuno y muchas avestruces que últimamente mantenía en un rancho cerca de Ciudad Insurgentes.

La vida le había dado a Don Heliodoro elocuentes ejemplos y severas lecciones de la naturaleza humana. Su adorada esposa a la que amó sin reservas, murió al dar a luz a sus dos hijos, varón y mujer, gemelos, a quienes el ranchero atendió desde la cuna hasta ahora que ya eran adultos los dos. Siempre había tenido cuidado por que los dos hijos se amaran, y por amor a su difunta esposa, prometió no darles otra madre a sus dos vástagos, él sería padre y madre a la vez. Para evitar que los celos de la ternura paternal engendrasen el odio, Don Heliodoro dio a su hijo varón la carrera de piloto aviador militar y por esto su hijo se mantuvo separado de él cumpliendo en las unidades de la Fuerza Aérea.

Cuando José María su hijo cumplió con su servicio se dio de baja de las fuerzas armadas y regresó a La Toba. Venía con el propósito de dedicarse a la fumigación agrícola que era lo que sabía hacer. La Toba se llamaba ahora Ciudad Insurgentes donde se encontraba la casa paternal y Don Heliodoro quien se postraba en la cama, a fuerza de reflexiones, se había formado un propósito y empezó a cumplirlo llamando aparte a su hija, le dijo en gran secreto:

-María José, antes de que llegue tu hermano tengo que informarte de algo, que te debe de importar de ahora en adelante, porque de eso depende tu futuro. Escúchame bien, no olvides ninguna de mis palabras. No necesito decirte que te amo mucho; pero además de mi amor de padre se que por tu sexo, tu persona debe de ser protegida de un modo especial. He pensado en mejorarte, sin que nadie te dispute lo que yo te regalo. Ahora que yo me vaya, quiero que reces un poco por mí...... Te iras al rancho donde están los corrales de las vacas y en la sala que esta abajo, donde está aquel arcón viejo muy pesado y las dos poltronas contarás a tu izquierda, desde la puerta, sobre el piso y pegado al muro donde está colgada la cabeza de venado, cuentas siete mosaicos, fíjate bien, siete mosaicos y lo despegarás, bajo él encontraras una piedra con una argolla, jalarás la argolla para que se suelte la piedra, y encontrarás un escondrijo y en él sacarás un millón de pesos en centenarios de oro. Son mis ahorros de tantos años de trabajo, y te los dejo a ti pero no se lo digas a nadie, y ahora chitón, no volvamos a tratar de este asunto, pero lo harás después de que yo haya partido de este mundo-

María José sonrió dulcemente, agradeció las palabras muy tiernas de su padre y aseguraba que deseaba no tener jamás ocasión de recoger el cuantioso legado.

Esa noche llegó José María y los dos hermanos se turnaron para velar el sueño de Don Heliodoro que decaía por momentos. No tardó en presentarse el último momento, la hora suprema donde cualquier moribundo, en medio de la crispación de sus esfuerzos por mantenerse vivo, aprieta la mano del ser querido que se encuentra a su lado. María José notó que a su padre se le dificultaba mucho la respiración y en sus ojos vidriosos y sin luz interior le decía: -Acuérdate, siete mosaicos, lo quitas y jalas la piedra que tiene la argolla....... un millón de pesos en centenarios, son para ti........-

Unos días después del sepelio, los dos hermanos se entregaron al duelo y a las lágrimas, con los ojos llorosos, los párpados rojos cambiaban pocas palabras sobre todo ninguna que se refiriese a asuntos de interés económicos. Sin embargo fue necesario abrir el testamento; hubo que ir con el notario, hablar con el albacea.

Una noche se encontraban los dos hermanos en la sala de la casa de La Toba, el salón esta tenuemente iluminado por dos pequeñas lámparas que estaban sobre las mesitas laterales, María José se aproximó a su hermano y tocándole suavemente el hombro, le murmuró con timidez:

-Jasó María, he de decirte una cosa...... Una cosa muy rara...... de papá-

-Dime María José, ¿Cual es esa cosa rara de papá?-

-Pues verás..... no te admires..... pero hay un millón de pesos en centenarios de oro escondidos en la sala del rancho donde están las vacas-

-¡No tonta!- exclamó sorprendido su hermano. –No has entendido bien, ¡Ni poco ni mucho! Ese dinero está escondido en la bodega donde se guarda el alimento en el rancho donde están los avestruces-

-Por Dios José, clarito me lo dijo mi papá que ese millón de centenarios está debajo del séptimo mosaico que está después de la puerta, sobre el piso y junto al muro donde esta colocada la cabeza de venado, hacia la izquierda. Quitas el mosaico y hay una piedra con una argolla, la jalas y descubres una caja con las monedas- dijo vehementemente la chica.

-Ay Mary, te aseguro que te equivocas, clarito me lo dijo mi padre. En la bodega donde se guarda el grano que le da a los avestruces junto al muro del fondo en la esquina derecha se ve un pilón de ladrillo, en la parte baja de ese pilón hay que quitar el ladrillo de hasta abajo, y detrás de ese ladrillose encuentra un nicho con un cofre que contiene un millón de pesos en centenarios-

-Hermano, eso es imposible, créeme a mí, cuándo papá te llamó estaba con lo peor de su mente, ya deliraba y no sabía lo que decía- le dijo firmemente la chica.

José María se quedó pensando unos momentos, y tomándole las manos a su hermana le dijo: -Entonces lo cierto es que hay dos depósitos y creo que así nos entenderemos los dos, mi padre me aclaró que me dejaba el millón que esta en la bodega del rancho de los avestruces-

-Y a mí, que me dejaba el dinero que está en el rancho de las vacas y que era únicamente mío- Dijo la chica.

-¡Pobre de nuestro padre! Que cosa más extraña. Que te parece si vamos primero al rancho de las vacas y luego al rancho de los avestruces y buscamos en los dos lugares y así salimos de dudas, que gracioso sería que solo hubiera uno, ¿cuál? ¡No sé!-

-Dices bien- confirmó María José –Primero dónde yo digo. ¡Verás que ahí esta el tesoro!-

-Has de saber...... que yo no te decía nada porque temía afligirte, podías haber creído que mi padre te excluía porque me prefería a mí. Yo pensaba sacar el depósito y darte la mitad sin decirte la procedencia. Ahora veo que soy muy tonto-

-No, no, tienes razón, la tonta soy yo. Debí de buscar el tesoro donde él me dijo y dártelo para que lo repartieras.

Entonces los dos se fueron al rancho de las vacas y encontraron el cofre donde dijo el padre que estaba el tesoro de María José, pero la caja estaba cerrada con llave y no se veía con que abrirla, la tomaron y la subieron al pick-up para ir después al rancho de los avestruces. También localizaron en la bodega donde se guardaba la comida de las aves la otra caja que también estaba cerrada y no se veía ninguna llave.
Los dos cofres eran exactamente iguales, pero se mantenía cerrados. Regresaron a la casa de Ciudad Insurgentes y en comedor procedieron a abrir los dos cofres con unas ganzúas de cerrajero, con las que botaron las cerraduras de los dos cofres, al abrirlos, vaciaron todos los centenarios que estaban contenidos en ambas cajas. Los dos hermanos sin contarlas unieron ambos caudales y las derramaron sobre la mesa. De repente María José encontró un papel que estaba en el fondo del cofre guardado en un sobre que decía: “PARA MI HIJA MARÍA JOSÉ””.

José María también localizó en el fondo de su cofre otro sobre que también decía: “PARA MI HIJO JOSÉ MARÍA”

La chica dijo: -Es letra de papá, ¿Qué dice el tuyo?-

-Dice: “HIJO MÍO, SI LEES ESTO A SOLAS, TE COMPADEZCO Y TE PERDONO; SI LO LEES EN COMPAÑÍA DE TU HERMANA, SALGO DEL SEPULCRO A BENDECIRTE”- Dijo el joven.

-El mío dice lo mismo- Entonces con lágrimas en los ojos pero riéndose al mismo tiempo los dos hermanos se abrazaron y salieron fuera de la casa, volteando al cielo los dos dijeron: “GRACIAS PADRE POR HABERNOS INCULCADO EL AMOR ENTRE DOS HERMANOS”








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