lunes, 23 de julio de 2007

LA ILÍADA DE BAJA CALIFORNIA SUR


A medio taller de composición Literaria, don Paco tuvo que hacer un viaje hacia la Grecia inmortal junto con su esposa Betty. Les informó a sus compañeros del taller que los dejaba por dos meses. Partía de la península sudcaliforniana hacia la el sur de la península de los Balcanes donde el mar Egeo, el Jónico y el Mediterráneo soplan sus vientos históricos contra las cámaras de los turistas. El escritor en ciernes deseaba el amanecer, para hablarle a su maestro Publio, avisándole de un importante hallazgo.

El día anterior había descubierto en Argos cinco tumbas repletas de objetos metálicos, destacándose una en la que estaban los restos de tres combatientes Aqueos, uno de los cuales tenía el rostro cubierto con una máscara de oro. Don Paco se la quitó creyendo firmemente que era el de Amagenón, porque traía del más allá el furioso recuerdo del rey que al regresar a su palacio, tras once años de lucha, fue asesinado por su esposa y por el amante de ésta, un tal Egisto que ni griego era, sino africano.

Tenía que ser la máscara de oro que le colocó Orestes. Sí. Era Agamenón, el violento hombre que provocó la cólera de Aquiles arrebatándole a la esplendorosa Briseida. El mismo que viera venir a Ulises de Itaca; a Néstor de Piles, a Áyax de Salamina y a Ido meneo de Creta.

Era la misma mueca de soberbia con la que se enfrento al temible Héctor, después de que Pélida se retiró del frente.

Aún quedaba algo de aquel destello de crueldad en el que presenció, desde una colina, como el inmortal arrastraba el cuerpo del hermoso hijo de Príamo.

Ese día, Betty apuntó en su diario: “Mayo ocho de dos mil siete. El esposo de Clitemnestra padecía dolores de muelas.......”

Esa noche don Paco peleaba contra el insomnio en su campo de batalla que era el colchón. Homero en persona pasaba lista a sus personajes para ver si no se había vuelto a fugar la merecedora Helena, mujer de Menéalo y única causa de la guerra más desigual que han conocido los tiempos..... Esta dama, como todos lo sabemos fue raptada por el príncipe Paris. Sin embargo, lo que muchos ignoran es que los reyes amigos de Esparta avanzaban contra Troya motivados más por las fuerzas del amor, que las de la solidaridad. A cual más quería ser el primero en rescatarla. Porque era verdad que al pronunciar su nombre, se llenaba la boca y hasta calentura daba. ¡No por otras razones Ulises dejó en su hogar a un hijo recién nacido! ¡Por ella cincuenta veces se machucó los dedos clavando el caballo de madera! Por ella conoció a los vampiros nostálgicos que tienen sus ataúdes en el fondo del agua.

Por ella vio, una noche, el despertar de los difuntos que surgían babeantes de las lluviosas regiones de a muerte. Por ella se enfrentó a las necedades de Calipso. Al horror de Polifemo y a las virtudes de Circe. Por nadie más desafió a las sirenas que intentaron seducirlos con sus notas musicales. En vano esquivó las piedras de los Cíclopes. De nada le sirvieron las hambres, los piojos, el sudor, la mugre y tantos años de equivocadas veredas en el mar. No alcanzó de la mentada Helena ni siquiera un seno, mucho menos un repegón. Otros se la llevaron, otros que no habían venido de tan lejos ni valían la pena. Por eso el país de los Feacios solo llevó tristezas y ninguna doncella fue capaz de consolarlo. Y usted maestro Publio, ¿qué piensa?

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