jueves, 19 de julio de 2007

ULOGIO


Con frecuencia me acuerdo de la tarde en que mis parientes y amigos me trajeron a enterrar en el panteón de Lerdo. Fue uno de tantos días de julio, cuando las tierras de la labor se ven blancas con los capullos de algodón en todo su apogeo. Metieron mi ataúd en el agujero abierto en la parte trasera del camposanto, sentí como cayeron las paladas de tierra sobre la caja y terminaron el entierro con un montoncito de tierra donde colocaron una cruz de madera en cuyo centro estaba mi nombre: "ULOGIO" y en los brazos: la fecha de mi nacimiento en el brazo izquierdo, y en el derecho la fecha de ese día de julio donde hizo mucho calor. Han pasado más de veinte años y sin embargo todavía siento terror al pensar en los gusanos comiéndome los ojos y la lengua. Las tripas y los pies. Las manos y el pescuezo, aunque ya se terminó mi carne, solo quedan los huesos. Aquí siempre hay humedad por el agua con la que el panteonero riega las tumbas, aunque por fuera del camposanto este la tierra siempre seca. Lo que han de sufrir mis hermanos cuando alguien les hablan de mi, de aquella tarde, cuando me arrastró el caballo y quedé muerto en medio del huizachal. Si le hubiera hecho caso al Lavín y hubiera montado su caballo, pero yo no quise, me enterqué en montar el otro. Ya por la noche la casa se llenó de visitas que acudieron a darles el pésame, porque se enteraron que me arrastró ese penco bruto. Llegaron con sus abrazos y lutos como si de veras les doliera. Me acuerdo hasta del sacerdote que pronunció un sermón ante la concuerrencia y después me asperjó con agua bendita mi cuerpo descuartizado. Ahora, después de veinte años de mi muerte, ya nadie se acuerda de mi, no hay quien venga a hacerme compañía, nada mas las raíces de los mezquites que estan pegados a la barda del panteón, se han metido por entre las rendijas del viejo ataúd. Nadie piensa en mi gran soledad, no se imaginan que hay mas allá de la muerte. Todos creen que estoy en el paraíso porque rezaron por mi al principio y me dedicaron algunas misas, a nadie se le ha ocurrido pensar, que no estoy en la gloria cantando alabanzas. Estoy aquí donde menos se imaginan, asándome en un infierno de impotencia y vigilia. Todos tienen la idea que subí al cielo para apartarles un lugar. Viven con la tranquilidad de que mi alma salió volando por la rajadura que se me hizo en la frente con aquella piedra que golpeé cuando el caballo me arrastraba. Pero estoy donde menos se imaginan, ojalá volvieran a rezar por mi y dijeran más misas para ver si así salgo de este lugar.

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