martes, 9 de octubre de 2007

LAS TORRES GEMELAS


Cuando la amenaza de muerte me sobrevuela, siento ese dolor agudo que me desgarra las entrañas. Resulta insultante que una parte de la humanidad permanezca ajena e indiferente. Sólo siento ganas de gritar ante semejante injusticia. ¿Acaso no ven que algo me come por dentro? ¿Cómo pueden seguir moviéndose cuando la incertidumbre es insoportable? ¿Cuándo la sospecha tiene nombre científico propio y el reloj acelera su cuenta?

Pero mientras la muerte permanece agazapada, la vida no se detiene. Tampoco así se detiene.

Los aviones despegaron, la pesadilla viaja dentro y nadie alrededor es capaz de observar o sentir el nudo que oprime mi estómago. Mis propias piernas no me obedecen, un pie detrás del otro, avanzo, me estoy yendo, cuando lo único que quiero es que la vida se pare, aquí y ahora. Para todos. Para negarle a la muerte cualquier posibilidad de fluir. Para negarle al dolor la existencia.

Pero sabes que la vida no cesa. Que es absurdo y grotesco pero, mientras un bebe recién nacido, está aprendiendo a enfocar la mirada y reconocer a su madre por los olores o por el timbre de su voz. La muerte duerme, latente, entre el hígado y la vesícula o entre la mente perturbada y el corazón repleto de odio.

Y te molestan las risas que cantan las mañanitas. Los aviones ya despegaron y minutos después mueren bomberos calcinados dentro de los hierros retorcidos de dos edificios desmoronados. Me molesta la vida absurda y egoísta, incomprensible y dolorosa cruel y ácida. Sin mañana como mera posibilidad.

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