lunes, 15 de octubre de 2007

UNA PANELITA


El estado de Baja California Sur es una tierra extraña, está regada por dos mares, es el único estado mexicano con esta particularidad. Aparte el desierto se confunde con el mar, por esto, en las cavernas que contienen la pintura rupestre las imágenes se conjugan, junto al borrego cimarrón hay una ballena pintada, o junto a una víbora está dibujada una ave marina. Mientras que el interior del país floreció la cultura española mezclada con la cultura azteca. En Baja California Sur careció de esta mezcla cultural, pero la gente que fue ocupando la tierra en forma de pequeñas rancherías, las cuales por su aislamiento tuvo una manera muy especial de vivir y de comportarse entre ellos. Sobre todo con los visitantes que tenían mucha dificultad de llegar a sus hogares por lo difícil de los medios de comunicación y las condiciones abruptas del terreno.

Sin embargo, ahí, en esas pequeñas comunidades rurales llamadas ranchos, los habitantes, todos, aprendieron a hacerle frente a su soledad manteniendo hasta la fecha ese don de gentes de saber recibir a cualquier visitante.

Muchos visitantes (yo entre ellos) nos sorprendemos de la actitud reservada del ranchero sudcaliforniano, pero cuando se rompe el hielo y se inicia una amistad, ellos otorgan una hospitalidad sin límites, haciéndolo partícipe a uno de lo que poseen, invitándonos a compartir los alimentos que cotidianamente consumen.

Por esto, nos daremos cuenta que la señora de la casa, se esmera en preparar unos platillos sencillos pero deliciosos, sacando de su alacena la mejor PANELA para acompañar a la carne machaca, los frijoles maneados, las tortillas de harina, los postres hechos en casa, con frutas tomadas del huerto, como mangate, guayabate o pitahayate. El más delicioso café de talega para el momento de la sobremesa. Si el rancho esta cerca de la costa, invitan algún pescado o marisco.

Ya que la comida está preparada, se pone la mesa, con un mantel de plástico donde se colocan los platos que guardan para esas ocasiones. Y ahora si, a disfrutar de la comida en una grata convivencia, donde el dueño del rancho se convierte en el mejor anfitrión del mundo, quien al final se siente feliz disfrutando de ese café de calcetín liando su cigarro de hoja y platicándonos de los problemas de las chivas, del paso del venado, de la última sequía, de cómo su hija Petrita se casó con Maclovio el hijo de su compadre del rancho vecino.

Esto amigos y amigas es saber vivir la vida.

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