miércoles, 24 de octubre de 2007

YO QUISIERA QUE ME AMARRARAN


Estaba yo, en un festejo de acercamiento entre los directores de las distintas oficinas que conformábamos el sexto ayuntamiento de La Paz. Nuestro jefe, el presidente municipal no había llegado y entre fría y fría acompañada con unos higaditos de cahuama empezaron a contar los anécdotas de cada director. No recuerdo quien fue el que contó uno referente a nuestro jefe. Contó que una vez estaba un licenciado a quien todos conocían como “El amigo” platicando de su perro que era una maravilla. En muy poco tiempo este perro alcanzó un gran tamaño, casi parecía un becerro y que por lo mismo salía caro en su alimentación.

Este licenciado platicaba muy orgulloso que su perrito se comía diariamente dos filetes de res de buen tamaño, y para que no se quedara con hambre el animalito debería de merendar como a las siete de la tarde, dos pasteles de manzana con un galón de leche.

Nuestro jefe era muy joven y escuchaba muy atentamente al licenciado y de repente le preguntó: -Oiga amigo, ¿y que hace su perro?-

-Pues nada, como no está acostumbrado a nuestro clima, se la pasa echado todo el día, el calor lo agobia, y ahora que llegue el verano le voy a instalar aire acondicionado en su perrera-

Al escuchar esto nuestro patrón empezó a hacer cuentas: Se la pasa echado todo el día. Se come dos filetes diarios. Le dan sus pastelitos de manzana (con lo que me gustan) y su galón de leche por las tardes y le van a instalar aire acondicionado en la perrera. Así se quedó pensando por un momento y de repente le dijo al licenciado:

-Oiga amigo, cuando se le muera su perro, ¿me podría amarrar a mi?

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